El Galpón estrenó la obra Reconstrucción, dirigida por Mauricio Coronado. La puesta nos sumerge en la historia de dos amigos, Lorena y Pedro, quienes se encuentran atrapados en un olvidado almacén del que no pueden salir.
La ambientación y el uso del espacio son un punto fuerte en la atracción visual que genera la obra. El almacén se convierte en un escenario cargado de resonancias simbólicas, como si los personajes no solo estuvieran encerrados físicamente, sino también dentro de un paisaje mental. Tal vez es ahí donde verdaderamente están. El inconsciente, diría Freud. No es gratuito citarlo, pues el desenlace de Reconstrucción se asoma también a un mundo que persiste en las sombras de nuestra sociedad. Los tratamientos psicológicos, la fragilidad emocional y el estigma que los rodea aparecen esbozados con humor, pero no sin una cierta oscuridad que da profundidad al relato. Además, destaca el pulido trabajo actoral de tres personajes. Lorena, Pedro y Ariana —un personaje que aporta frescura y dinamismo a la acción— ; ellos comienzan a abrir ciertos recuerdos que los guían hacia un desenlace tan enigmático como predecible. En su interior guardan una verdad que alimenta el final con una carga difícil de asumir: aquello por lo que deben reconstruirse.
Con una duración de casi una hora, Reconstrucción se presenta como una muestra prometedora de nuevas miradas escénicas. Vale mencionar que la obra es el trabajo final de un grupo de universitarios ya a puertas del mundo laboral, y que logran articular una propuesta honesta, compacta y sugestiva.
En una industria teatral que necesita reconectarse con nuevos públicos y explorar formas narrativas disonantes, Reconstrucción se perfila como un pequeño pero significativo gesto de renovación. Una obra que no solo entretiene, sino que abre interrogantes sobre lo que callamos, sobre las heridas que arrastramos, y sobre cómo el arte puede ser también una forma de reparación.