El problema principal de la obra teatral Ni de aquí ni de allá es que dura solo 50 minutos. Tranquilamente esta puesta en escena podría haber alcanzado la hora y 30 minutos y mantener a los espectadores al filo de sus butacas, tal como se vio en la última edición del Festival Saliendo de la Caja. La joven directora Claudia Tuesta ha logrado lo que pocas personas consiguen a su edad: empezar a construir una obra con un universo propio, sin deber nada a nadie y sobre todo, con una impronta que, estoy seguro, será la característica principal en sus proyectos futuros.
Ni de aquí ni de allá nos cuenta la historia de Laura ¿o de Claudia Tuesta?, y es que es gracias a la autoficción, género empleado por la dramaturga, quien toma episodios ¿reales? de su vida para reflexionar sobre la crisis de identidad de la protagonista, quien llega a Lima desde Rodríguez de Mendoza, Amazonas para perseguir su sueño de ser astronauta, pero donde se topará con los prejuicios típicos de una ciudad centralista que le harán dudar sobre su origen y cuestionarse a dónde realmente pertenece.
Y si bien este podría ser un tema denso para algunos, la dramaturga supo abordarlo de manera inteligente, recurriendo al humor en cada escena que parecía afectar a nuestra protagonista. Después de todo así somos los peruanos, nos gusta reírnos de nuestras desgracias para, de alguna manera, sobrellevar la situación.
El papel de Laura, protagonizado por Nely Sáenz, se lleva todos los aplausos y es que esta actriz cuenta con una presencia plástica y un despliegue escénico que supo aprovechar para dominar la tarima de la Sala Roja del CCPUCP. Definitivamente, la ENSAD sigue sacando talentos altamente destacados. Las participaciones de Dan Fernández y Yahir Manosalva quienes se transmutan en diferentes personajes son el complemento perfecto, la amalgama necesaria, la quinta esencia que convierte a Ni de aquí ni de allá en la mejor obra teatral autoreferencial del 2025. Tranquilos muchachos, ya pueden ir haciendo los rankings e imprimir los diplomas.
Atentos a todos estos nombres, tanto el público asiduo al teatro como los críticos culturales, no deben perderle el rastro a ninguno de ellos, así como al equipo de producción detrás de este montaje. David Bowie, cajas de cartón, proyecciones sobre telas, luces intermitentes, voz en off y otras herramientas que nos hacen recordar el mantra de Ludwig Mies van der Rohe de que a veces "menos es más".
Realmente hubiera sido una lástima habernos privado de esta obra teatral tras la censura de este festival en enero último luego de que la Iglesia Católica y cierto sector rancio de la política peruana se hayan sentido ofendidos por el afiche de María Maricón. Lo siento, pelmazos, el arte es así, debe transgredir, incomodar o joder, aquí no hay espacio ni queremos a santurrones cortesanos.