Incómoda, oscura y entretenida, así es Medusa. Una obra que aborda
temas difíciles, pero cercanos, más cercanos de lo que estamos dispuestos a
aceptar, violencia sexual, la revictimización por parte de las autoridades, la
presión que ejerce el circulo social cercano y la violencia verbal camuflada de
humor cotidiano.
La puesta
en escena construye una historia con un contexto actual, sonoro y vertiginoso
propio de este siglo XXI, pero partiendo desde un clásico, el mito de medusa,
quien es abusada sexualmente en el tempo de Atenea y castigada por esta diosa
con una maldición de por vida por haber profanado su templo, mientras que, del victimario,
mucho no se habla.
Volviendo a
la obra, se nota el esfuerzo que hay sobre la parte musical, que, según mi
experiencia, es la más endeble, porque luego el despliegue actoral, el auge y
control de cada movimiento bien pensado y por supuesto, ejecutado, hace que el
resultado global sea placentero.
Al apagarse
las luces y escuchar el redoble de aplausos, queda un sinsabor, por las pocas
funciones que tuvo esta obra, sabiendo por cuenta propia, que pudo llegar a muchas
más personas. Sin embargo, se entiende todo el esfuerzo que merece hacer un
espectáculo de este calibre.
Finalmente,
me voy conmovido, tomo el teléfono y mando un audio a la primera persona que se
me ocurre, de esos audios que más parecen un podcast, para lidiar con una
sensación de abandono que me deja una historia bien contada y con la presurosa
idea de volver a esa butaca, aunque la función haya terminado.