Siempre llego a libros años después de su publicación, ya sea porque por
casualidad o porque en su momento, atrás de la vitrina algo me detuvo, o, en su defecto, lo compré y olvidé en esa larga
fila de espera que cada vez se hace más grande, a la que leo en el tráfico
limeño y que pocas veces le hago justicia en un lugar “bonito” para poder
entenderlo de la mejor manera.
Lima es convulsa, desde las avenidas congestionadas por los autos que te
marean en esa sinfonía atroz de bocinas. En esa pequeña biblioteca personal en
la casa de San Martín de Porres, me topé con “Nunca sabré lo que entiendo” de Katya
Adaui, entonces me di cuenta que no la había leído antes. Luego me pregunté en
silencio por qué leía menos a mujeres, y luego me di cuenta que había poca
exposición en la narrativa peruana. Sin embargo, este nombre lo había escuchado
más de una vez, estaba ahí, entre mis tres gatos que casi rasgan la tapa y sentí
rescatarlo entre tanto tumulto.
No voy a contar el libro, solo navegar por algunas esquinas de lo que representa
una ruptura, el tema central, pero creo que todo va más allá. Siento que este libro
se narra desde un ámbito tan personal, que el dolor es compartido con los
lectores. Es una suavidad que te
arrastra a llorar.
“Nunca sabré lo que entiendo” es el libro de narrativa más poético que he
leído en los autores de esta época en el Perú. Me gusta lo que causa, los
espacios que deja, las impresiones que te envuelven cada cuánto. A veces, tengo
que dejar a un lado la escritura y ser solamente un lector, entonces me siento
desprotegido ante una trama con tantas dagas camufladas en palabras bonitas.
Siento, por algunos segundos, que es un poema al renacer. Al dejar algo atrás, con dolor, pasión, sudor
y sexo. Es sumergirte en la piscina del olvido sin estar preparado del todo, entonces
me pregunto ¿Alguna vez estaré preparado?
No hay una respuesta por ahora, pero sin duda, es un libro que dejaré en
ese pequeño espacio que tengo en casa para los libros nuevos, de segunda mano y
lo prestados nunca devueltos. Y si alguien me pregunta por si lo recomiendo,
solo atinaré a decirle: vívelo tú mismo.