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Hijos de la iglesia: relatos para leer con la luz encendida


Hay cosas que suceden porque sí. De pronto una mañana tranquila se convierte en el preámbulo del apocalipsis, la vida de un joven desconocido, común y corriente, cambia al abrir una habitación prohibida, o la delgada línea que separa este plano del más allá termina siendo traspasada por los más insólitos protagonistas. Todo esto sin que una razón específica, o al menos un minúsculo indicio, explique el motivo.

Hijos de la Iglesia (Manoalzada, 2020), conjunto de relatos del escritor huanuqueño Miguel Vargas Rosas, es precisamente uno de esos misterios. En los cuatro cuentos que componen su obra, Vargas reta al lector a creer en lo insólito, bajo la única condición de tomar su mano y seguirlo sin hacer ninguna pregunta.

En “Armario”, relato con el que arranca su trepidante narrativa, encontramos una maldición que aprisiona a los habitantes de una mansión. La pequeña Katty empieza a escuchar voces provenientes de un viejo armario, en el cual descubrirá una serie de oscuros secretos y fantasmas que advierten una tragedia.

Vargas apuesta por diversas aristas en un relato corto pero de gran intensidad; la muerte, la soledad, la locura transmitida en generaciones (tema recurrente en el género de terror) y lo sobrenatural.

Esta última característica es tal vez el punto fuerte de su propuesta. Y es que los fantasmas que asolan a la protagonista y en especial a Lincoln Gutiérrez, padre de la niña Katty, no solo residen al interior de ese misterioso armario, sino también en el espíritu de estos personajes.

En tanto que el armario sirve de puente entre dos mundos, termina convertido en una especie de símbolo dentro de la historia. Este pasaje así lo demuestra:

“Ten cuidado con el armario Lincoln, hay cosas que los niños no pueden ver y límites que el hombre no debe atravesar”

El segundo relato, “Hijos de la iglesia”, ofrece un clásico del género, como lo son las historias claustrofóbicas que tienen por escenario principal a las iglesias y los espíritus que habitan en ellas. Vargas recurre a la figura del sacerdocio, como contraparte a la atmósfera demoniaca que atraviesa sus creaciones.

Si en el primer cuento el padre Collins funge como instrumento de las fuerzas del bien, en “Hijos de la iglesia” el padre Jhonson Smith encarna la oscuridad que se extiende por el templo. Deja de ser luz para mimetizarse de algún modo con el desgarrador secreto que alberga la iglesia, donde el joven Michael se siente atraído cada vez más por unas voces que lo invitan a jugar.

Del cuento “Extraños habitantes”, cabe decir que es mérito del autor encontrar un equilibrio entre lo sobrenatural y el espacio en que se desarrolla la historia. Este relato en particular toma un escenario peruano, como es la zona de Aguaytía en Ucayali, en donde un grupo de niños enfrentarán a un ente misterioso al que llaman “Cabeza de Martillo”, del cual apenas conocen su forma y que trama algo detrás de sus constantes apariciones.

Historias de este tipo podrían estar ambientadas en alguna locación del extranjero o en un pueblo ficticio, con un nombre gastado de las películas de terror (recordemos Silent Hill o Racoon City de la franquicia Resident Evil). Sin embargo, el asunto de estos seres ocurre en el oriente peruano y no necesita más atributos para encajar en los parámetros de la verosimilitud.

Cabe preguntarse, ¿cómo es esto posible? Tal vez por el lenguaje sencillo que utiliza Vargas, quizás por la agilidad con la que discurren sus relatos, a lo mejor por esa destreza del narrador que sabe “embaucar” a sus lectores (asumo que Vargas Rosas tiene este don por su cercanía al teatro) a través de personajes redondos, diálogos profundos, detalles microscópicos (eso sí, Vargas no escatima esfuerzos en las descripciones y la sangre) y giros narrativos que causan una sonrisa tras el punto final.

Si conocen la novela “It”, de King, encontrarán muchas referencias en el cuento “Extraños habitantes”.

Como colofón de este libro, encontramos “Jauría”, historia que considero la mejor de esta colección y que estoy seguro disfrutarán. Ocurre en un pueblito ubicado en lo alto de un cerro, donde una tarde los habitantes descubren que los perros han cogido gusto por la carne humana, hecho que desata la locura en ese apacible lugar.

Este relato desnuda las marcadas influencias de Vargas Rosas en su narrativa. Es difícil no remitirse al perro del infierno “Cujo”, novela del maestro Stephen King, y las convenciones del género de supervivencia presentes en películas apocalípticas ¡Y todo esto en un pueblito recóndito del Perú! Entusiasma saber que pueden crearse grandes historias sin necesidad de caer en costumbres y lugares cliché.

Discurren también por su prosa Lovecraft, Edgar Allan Poe y otros tantos exponentes del género gótico.

Pero también es preciso decir que Vargas Rosas logra ese efecto tenebroso, que sugiere leer estos textos con la luz encendida, porque son sus propios miedos vertidos en el papel. Como el mismo autor menciona, estas historias se basan en hechos reales, lo que quizá aumenta ese misterio por encontrar hasta qué punto lo narrado es ficción.

Quizás por ello  en cada uno de estos cuentos encontramos presentes a niños a merced del mal, donde los adultos apenas son mencionados y juegan un papel menor, ni siquiera secundario. Esto recuerda a la suficiencia de la infancia, cuando uno es inmortal capaz de vivir las más disparatadas aventuras.

Y es que Vargas no ha tenido miedo a quemarse, y esto es enfrentar su propio terror y crear una pieza capaz de transmitir esa misma sensación en los lectores. Los amantes del miedo y el suspenso disfrutarán un escabroso tiempo de lectura con estos relatos.

Ahora enciendan la luz y si tienen un armario cerca será mejor que lo cierren.

Colaboración: Marco Fernández