> Para leer a Onetti y una perversa herejía

Para leer a Onetti y una perversa herejía




Por Marco Fernández.

Durante una de nuestras tantas conversaciones, mi buen amigo Diego Correa, narrador piurano y devoto lector de Phillip Roth, dijo que la literatura suele ser una especie de salón de espejos. Esto, en el sentido que un autor refleja a otro, este a uno más y así en lo sucesivo. Razonamiento acertado (como la mayoría de veces) y cabe precisarles que esta afirmación no es una chanza o zalamería gratuita.

Hace poco, mientras investigaba acerca de la literatura del uruguayo Felisberto Hernández, encontré que muchas de sus características se condecían con la obra de su compatriota Mario Levrero, pero en especial con Juan Carlos Onetti. El “inaccesible”, el “críptico”, el “barroco” Onetti.

En ello reconocí lo que afirmaba el buen Diego. Felisberto me llevó a Levrero y luego recaí en Onetti, por enésima vez. He aquí el testimonio de un lector redimido.

El fallo

El primer encuentro con Onetti ocurrió un día en el que, sin nada que leer, recurrí a los estantes de mí modesta biblioteca. El libro sobresalía porque era parte de una colección incompleta: el tomo 59 pertenecía a El astillero (1961). Era una edición española, sencilla y de bolsillo, en cuya portada no se hallaba mayor pretensión que el rótulo “Biblioteca Clásica Universal”.

Lo curioso es que, vaya a saber Dios por qué, asocié el título con las astillas de la madera. Me recibió un prólogo extenso, en letra cursiva, al parecer de diez puntos de tamaño, de la autoría de nada menos que José Donoso.  Resistí media página y fui directo al grano:

“Hace cinco años, cuando el Gobernador decidió expulsar a Larsen (o Juntacadáveres) de la provincia, alguien profetizó, en broma e improvisando, su retorno, la prolongación del reinado de cien días, página discutida y apasionante —aunque ya casi olvidada— de nuestra historia ciudadana”.

Este párrafo, con el que abre la novela, era el aviso del terreno que pisaba. Santa María, la Jerusalén del cielo, la utopía de Onetti. De saque encontramos que la ciudad no es simplemente un mero recurso decorativo. Santa María es un personaje más. Tiene una historia, gente que la olvida o la profana y leyendas que se transmiten entre generaciones. Es decir, tiene un pasado y en el canon de Onetti  supone la representación máxima de la existencia.

Pero, en aquella época, sin mayor miramiento o reflexión, dejé la obra por aburrida, incompleta e incomprensible. Además, sentí que el lenguaje utilizado por Onetti era una especie de somnífero y el ritmo narrativo igual que la avenida Javier Prado a las seis de la tarde.

Al igual que el argentino Juan José Saer, la prosa de Onetti tiene la capacidad de detener el tiempo en la narración y obliga al lector a estar atento a estos intervalos. En ello reconocemos la importancia de los silencios y las pausas impregnadas en los párrafos de Onetti.

Por ejemplo, en La vida breve (1950), para describir el lamento de Gertrudis, esposa del protagonista Juan María Brausen, por la mutilación de su seno izquierdo, Onetti procede de la siguiente manera:

“[…] Y ella, a pesar del llanto en el alba, acabaría por dormirse, para descubrir, por la mañana, mientras se le desprendían precipitados los sueños, que las palabras de consuelo no habían estado desbordando en su pecho durante la noche; que no habían brotado en su pecho, que no se habían amontonado, sólidas, elásticas y victoriosas, para formar la mama que faltaba”.

Para Onetti, las emociones son cruciales. Por ello no escatima en escudriñar en la psique de sus personajes, hasta llegar al núcleo, a la sustancia que moviliza sus tránsitos en la historia. Y un lenguaje proveniente de las entrañas y mentes fracturadas, necesariamente debe mantenerse hipnótica, casi irreal, sin caer en efectismos, cualidad que cultivó Onetti y que explicó en una entrevista de 1976:

“Mi mejor ambición es conocer casi todas las palabras que están a mi disposición en el diccionario, que yo podría usar sin repugnancia [...] y emplearlas con tal exactitud que no admitieran sinónimos, y en el momento preciso. Esta ambición irrealizable alcanzaría, supongo, para llenar los años de vida activa de un escritor”

No es una exageración decir que para leer a Onetti se necesita cierta experiencia en cuanto a la palabra. El problema fue aventurarme a ese combate sin el adiestramiento debido.

Ventanilla de reclamos

Escribo esto tras regresar de Santa María. No exagero al decirles que jamás pensé pisar sus límites, mucho menos conocer a sus habitantes. Pero, en principio, para bien o para mal, jamás pensé que escribiría algo sobre Juan Carlos Onetti: el autor al que dije no entender.

Y es incomprensión provocó un curioso incidente con un entrañable amigo, músico y amante de la buena literatura. A veces me vendía libros de autores que, según su criterio, formaban parte de los iluminados (Juan Bonilla, Carlos Calderón Fajardo, entre otros tantos). Un día le consulté si tenía algún libro de cuentos.

Me comentó que el único que le quedaba era una selección de cuentos de Onetti. Otra vez Onetti, tantas veces Onetti. “Te lo dejo en diez soles”, dijo mi amigo. Recordé mi primer encuentro con ese autor y el malpaso sobre “El astillero”, sin embargo, en ocasiones he disfrutado a los autores más en sus relatos cortos que en las novelas. Me quedó una esperanza con el posible Onetti.

El tedio, el lenguaje soporífero y la inaccesibilidad se acentuaron ni bien empecé con Avenida de Mayo-Diagonal-Avenida de Mayo (1933), el primer cuento del libro. Fue inútil. Sin química no hay romance.

Al día siguiente, mi amigo preguntó si disfrutaba ya de la prosa de Onetti. Muy serio, según lo que el recuerda (aunque mi versión difiere de la suya), le pedí que me devolviera mis diez soles. Sabía que era una ganga, pero empezaba a cansarme el tema de Onetti y su endiosamiento. Mi amigo empezó a reír y no se equivocó al decir que yo era un cachorro en cuestiones literarias.

Avenida Mayo es el germen de la literatura de Onetti. La farsa es un elemento sustancial en esta primera etapa, junto con la influencia devenida de sus lecturas de Faulkner. La mentira discurre sin prisas, la existencia del protagonista no es una sino muchas, subjetividad y realidad pertenecen a un mismo plano y habitan en completa armonía.

El protagonista de este relato mezcla sus fantasías, deseos y alucinaciones en un discurso proveniente de la consciencia, lo que equivale a un caos constante. En ello, la literatura de Onetti mantiene ciertas similitudes con el estilo de Joyce, en cuanto a la experimentación con el lenguaje y la libertad del discurso, sin sobrepasar el límite hacia el monólogo.

Pareciera como si Onetti trabajase sus relatos por capas, cada una independiente y con su propia estructura. Será trabajo del lector identificar los códigos, pero en especial, discernir entre la realidad y la farsa. En definitiva, los personajes de Onetti necesitan mentir, ya que es la única forma de escapar del destino que les acecha.

El Posible Baldi, segundo cuento del libro, es una de esas tiernas mentiras. Baldi es un amante de las máscaras, un fracasado que simboliza el pesimismo constante de las historias de Onetti; la inconformidad lo lleva  vivir tantas vidas como le es posible, para impresionar a una mujer y escapar de su vida mediocre. Este concepto quizás sea la génesis de La vida breve, en dónde Brausen intenta huir de su pequeño departamento para vivir en la ficticia Santa María.

En este cuento es difícil saber, en realidad, quien es Baldi, o que parte de su historia es verdadera. Y en si, la literatura de Onetti tiene esa particularidad: nada es lo que parece (El álbum, Bienvenido Bob, El infierno tan temido, son cuentos que sustentan esta característica).

A medida que aumentan los párrafos, mayor es mi incredulidad y el sentimiento de culpa. Y es que resulta imposible esquivar el error cuando se trata de analizar a Onetti, especialmente si es un completo hereje el que lo intenta.

Redención y algunos consejos

Soy un convencido de que ciertos libros llegan al lector en el momento oportuno. Y, cuando eso sucede, empieza la fiesta.

Era un sábado por la tarde. Dejé de lado mis averiguaciones sobre Felisberto Hernández para atender mi inquietud sobre Onetti. Recordé mis dos intentos previos, así que no esperaba nada especial. En el buscador encontré una entrevista del año 77, una de las pocas que concedió Juan Carlos Onetti, en el programa A fondo.

Y luego pasé a otra entrevista, luego a dos documentales y a un cuento narrado por el mismo Onetti. Volví al libro de cuentos de mi amigo y lo que antes parecían jeroglíficos al fin se transformaron en letras, quizás las más bellas que haya leído hasta hoy.

No quisiera pecar de pretensioso. Podría decirles que oírlo me abrió la mente y que esto fue un punto de quiebre en mi formación literaria, y así pasar por un iluminado. Nada de eso. Fue algo tan incomprensible como los primeros encuentros que tuve con su obra. Incluso llamé a mi amigo y le dije que por fin podía disfrutar de su libro. “Ya lo entendiste”, respondió y empezó a reír.

Sin embargo, como cualquier pecador arrepentido, tuve que cumplir mi penitencia. Emprendí la búsqueda de los relatos completos de Onetti, muchas veces vi ese libro delante de mí, a precio de regalo, pero ni por curiosidad lo compré. Hoy está agotado en todas las tiendas y aunque lo tengo descargado de forma virtual, Onetti debe leerse a la vieja usanza.

Con esto no quiero decir que exista una metodología estricta para leer a este autor. Hablo desde mi experiencia y pueden estar de acuerdo o no. Las polémicas son sanas.

- En primer lugar, prepara una taza de café. Uno de mis mejores amigos me sugirió que, para seguir el ritmo a ciertos autores, un cafecito caliente, en su justa medida, es un buen aliciente. Y créanme que con Onetti hay que tener todos los sentidos en alerta máxima.

- Si estás acostumbrado a leer como un velocista, será necesario que bajes las revoluciones y hagas caminata. Los textos de Onetti deben saborearse palabra por palabra y volver sobre ellas una y otra vez de ser necesario. Si no me creen, intenten leer “La casa de Arena” a mil por hora. Recuerden que la mentira se esconde en cada párrafo.

- Un recurso que me sirvió para acercarme a Onetti fue transcribir los párrafos que consideré destacados. Pero, ojo, no en la máquina: hazlo a mano. Luego, si tienes alguna idea suelta anótala bajo el párrafo y vuelve al relato o a la novela nuevamente. No importa cuántas veces te detengas, verás que hay cierto placer en este ejercicio (sugiero que lean el cuento “Bienvenido Bob” y apliquen el consejo).

- “El posible Baldi” y “Un sueño realizado” son dos cuentos bastante accesibles para los que inician el viaje por los mundos de Onetti. Después, puedes pasar a la saga de Santa María, empezando por La vida breve, y continuando con El Astillero, Juntacadáveres y Dejemos hablar al viento. Lo demás, caerá por sí solo.

DATITOS APARTE

Juan Carlos Onetti solía leer de la siguiente manera: tumbado en la cama, apoyado sobre el codo derecho y arrancando las páginas leídas.

Eduardo Galeano cuenta que, en una ocasión, le comentó a Onetti que escribía a máquina y este le respondió que se estaba perdiendo del incomparable placer de escribir a mano, ya que esto supone pelearse con las palabras y un acto de genuina  sinceridad. Desde aquel día, Galeano no volvió a escribir en la computadora.